domingo, 27 de marzo de 2011

SONETO XXVI


En los labios de Cupido yacía
un lepidóptero en que perfumado
bebió del sacro néctar eglogado
y fue su alear muy más oscilante.

No había quién mudara su talante,
allí do todo en Febo se eximía,
ni quién entre sus manos lo incendiase:

su hado era que rehilvanase.
Lo halló Diana, ah y en su encantamiento,
dispuso una crisálida de plata...

y en su estigie por causa de su errata,
no sólo voz, ni luz petrificada,
no sólo llanto de ninfa inmolada,
sino merced de iluminamiento.




Orfeo

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